No es de extrañar, porque los
seres humanos son la realidad que más influencia tiene nuestras vidas, en
nuestro carácter, en nuestra felicidad o desdicha.
Somos seres sociales y esto
quiere decir que vemos a los demás dentro de nosotros, como un componente de
nuestro ser. Un ingenioso psicólogo, Nicholas -Iumphrey, contaba con gracia que
en sus primeros estu : sobre el comportamiento de ios primates lo que más e
llamó la atención es la cantidad de horas que parecían dedicar a una profunda
meditación. Aquel ensimismamiento le desconcertaba. ¿A qué podrían dedicar
tanta atención? O, dicho de otra manera, ¿para qué les servía tener un cerebro
tan grande si llevaban una vida tan poco interesante? Al final llegó a la
conclusión de que el gran problema que tenían que resolver era el de las
relaciones sociales.
Lo mismo nos pasa a todos.
Las interacciones sociales —ese juego de
egoísmo y altruismo, de sociabilidad e insociabilidad, de competencia y
colaboración, lejanía y cercanía, de realidad e irrealidad— han ido formando el entramado de sentimientos sociales que a veces están bien ajustados y a veces
se desajustan. Y que, además, están profundamente influidos por las culturas.
Las culturas en las que el grupo tiene más
importancia que el individuo fomentan unos sentimientos sociales diferentes a
los que estamos produciendo y reproduciendo en nuestras sociedades
individualistas.
"Amae" era un sentimiento fundamental en la cultura japonesa.
Significa «depender y con tar con la benevolencia de otro, sentir desamparo y
deseo de ser amado». Tadeo Murae escribe: «Al contrario que en Occidente, no se
anima a los niños japoneses a enfatizar la independencia y la autonomía
individuales Son educados en una cultura de la interdependencia: la cultura del
amae. El himbre occidental es individualista y fomenta una personalidad
autónoma y competitiva. Por el contrario, la cultura
japonesa está orientada a las relaciones sociales, y la personalidad tipo es
dependiente, humilde, flexible, pasiva, obediente y no agresiva.»
Es evidente que este sustrato
cultural, este modo de entender las relaciones, determinará toda una amplia gama de sentimientos, desde los políticos a los familiares.
Los esquimales nunca
se enfurecen, porque en una socie dad tan vulnerable, en que la cooperación es
indispen sable para sobrevivir, no se puede permitir el estallido de una
emoción que pueda romper los lazos sociales.
En Java, el sentimiento
fundamental —sungkan-- es un senti miento de educado respeto ante un superior o
igual des conocido, una actitud de reserva, una represión de los propios
impulsos y deseos para no alterar la serenidad de alguien que puede ser
«espiritualmente más elevado».
Alguien comparó las actitudes de
norteamericanos, ingleses, alemanes, suecos, franceses, griegos y japoneses
res-pecto de ocho emociones básicas y encontró algunas diferencias muy
interesantes. La mayoría de los norteamerica nos temen sobre todo a las
emociones temor/horror, mientras que la mayoría de los japoneses temen más a
las de asco/desprecio. Uno de los atractivos de la novela como género es su
capacidad inigualable para narrar estos entramados sentimentales, los
complejos sistemas de interacciones que se dan entre las personas. Fue el gran
talento de los novelistas ingleses del XIX, de Tolstói, Dostoievski, Proust,
Thomas Mann, Henry James y muchos otros, claro está.
Ahora toca el turno a los miedos excesivos, patológicos
o prepatológicos.
Sartre, que tuvo una genial perspicacia para estos
problemas, escribió una frase que hizo fortuna: «El infierno son los otros.»
Pues bien, ahora voy a estudiar los casos
en que esta afirmación pue de tomarse al pie de la letra: las fobias sociales,
el miedo a los demás que alcanza niveles patológicos. Se trata de un miedo
desmesurado a ser vistos, a enfrentarse con desco nocidos, a hacer algo en
público, a ser evaluados.
En este momento, me gustaría
rendir un homenaje a uno de los más grandes psiquiatras de todos los tiempos,
Pierre Janet, contemporáneo de Freud y en muchos aspectos superior a él.
En
1909, en el deslumbrante libro Les Nevrosses, describió por primera vez la
«fobia de las situaciones sociales»: «El carácter esencial que se encuentra
siempre en esos fenómenos aterradores es el hecho de estar delante de los
hombres, de estar en público, de tener que actuar en público. También se podían
incluir en el mismo grupo las fobias al matrimonio, que son tan frecuentes, las
fobias de algunas situaciones sociales, como la del profesor, conferenciante,
el miedo de los criados, el terror al portero etc. Todas estas fobias son
gatilladas por situaciones sociales y los sentimientos que producen...
continuaremos profundizando en este tema
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